sábado, 4 de diciembre de 2010

EL ODIO

  Es como una caja de fuegos artificiales de color oscuro y duración indeterminada. Cuando alguien te carga con ella, la llevas cuidadosamente soportando su peso hasta que no puedes más y la dejas caer. Entonces, como si te la hubieras comido, todo estalla por los aires sin control dentro de ti y cada gramo de pólvora que se quema va dejando un rastro y va tiznando la superficie allá donde caiga.

  Si cae sobre las manos estas se atan y te impiden abrazar y acariciar a la persona a la que odias (aquella que te dio la caja). Y, ¡gracias a Dios!, porque de no ser así es probable que los puños se encendieran al ver al otro.
Si cae sobre la cara se tuerce el gesto y no deja asomarse a la sonrisa en su presencia.
Si cae sobre la boca la mandíbula se contrae con fuerza y los dientes se aprietan como si les fuera la vida en ello (esto también pasa cuando aparece el enfado, que comparte ciertos síntomas con el odio). Ocurre, además,  si llega a la lengua, que no te deja decir nada excepto reproches y palabras sin sentido del estilo: brggssstt, mientras miras hacia el suelo o el techo indistintamente.

  Pero sobre todo, el odio se nota en las cercanías del hígado. Dentro. Escondido en el abdomen. Como si, al comértelo, el hígado tuviera que segregar una bilis especial para poder digerirlo. Una bilis más ácida y más densa, que originara un proceso lento y tedioso, tanto como para hacerte doblar por la cintura, en los casos más extremos.

  Lo bueno del odio es que las briznas pueden apagarse en un tiempo medio y después solo te queda pensar en qué hacer con los escombros.
Lo malo es que muchas veces siguen y siguen bailando en tu interior sin dejarte concentrar en nada más. De esta forma puedes perderte una nube con forma de oveja en el cielo, una risa de niño e innumerables cosas importantes que sucedan a tu alrededor. Puedes ofuscarte tanto que incluso olvides por qué te cargaron con la caja….pero nunca olvidarás la cara de quién te la dio.

  Lo que está claro, por encima de todo, es que uno no acepta cajas de cualquiera. Si lo has hecho es porque confiabas en el otro y podrías pensar que dentro se escondían, por lo menos, unos dos kilos de chistes malos y Conguitos blancos, que en realidad es lo que querías, no te engañes. El secreto está en rebuscar, tantas veces como sea necesario, hasta que logres acordarte del principio, cómo empezó todo.

 Tal vez, ahora que lo sabes, puedas ser tú el que prepare una caja fantástica (de las que no explotan) que haga el recorrido inverso: de ti hacia el otro. Tal vez así le enseñes que hay otro camino. Del amor al odio hay un paso.
O quizá no. Quizá solo puedas tapar la caja de cualquier manera, cuidando que el fuego no encienda más mechas y reposarla en un lugar lejano donde jamás llegue a estallar.

 Link a la Versión del odio de"Los seis días"

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